martes, 25 de octubre de 2016

#40 Testigo

Abre el primer libro que veas por la página 23. Escoge la tercera frase de la página y úsala como la primera oración de tu relato. (He escogido Un antropólogo en Marte)


El 2 de enero de este año iba conduciendo mi coche y choqué con un pequeño camión en el lado del copiloto de mi vehículo. La policía me encontró al cabo de media hora en la cuneta, donde me había desmayado por el golpe recibido. Una ambulancia me llevó al hospital más cercano, y allí me hicieron toda clase de pruebas. Cuando acabaron, el doctor me dijo que todo estaba en perfecto estado, pero que preferían que estuviera esa noche en observación. Compartí habitación con un joven coreano al que habían operado de estómago y que estaba conectado a una máquina que pitaba cada cuarto de hora. Siempre que pasaba esto aparecía una enfermera por la puerta y le hacía algo a la máquina, pero la cortina me lo tapaba. La mañana siguiente unos agentes me despertaron (aunque no había dormido prácticamente) y me lanzaron una bolsita con un polvo blanco a los pies de la cama.
Me interrogaron largo y tendido en esa habitación. Me preguntaron sobre el contenido y la procedencia de este, y el porqué de que hubieran encontrado el asiento del copiloto lleno de ese polvo. Les dije que no me constaba que hubiera "polvo" de ningún tipo en el maletero, así que tampoco podía saber de qué se trataba. Ellos me dijeron que era cocaína. "Y en grandes cantidades" añadieron. Me siguieron haciendo estas preguntas a pesar de que mi contestación era la misma, hasta que llegó el doctor para darme el alta. Tras mi salida del hospital me llevaron a comisaría a la fuerza, sin que yo hubiera opuesto resistencia en ningún momento. Allí me volvieron a interrogar, hasta que por fin recordé qué hacía esa sustancia en mi coche. Una conmoción cerebral que los médicos no habían detectado había de haber borrado eso de mi mente hasta el momento. Verá, señoría, yo soy profesor de Educación Física en el instituto privado del pueblo, y fue allí donde confisqué el polvo unos días antes. A la salida del colegio me encontré con unos alumnos a los que daba clase que se habían reunido en un corrillo y que parecían absortos en lo que fuera que estaba en el centro de ese círculo. Yo me acerqué, y al ver de lo que se trataba les quité aquella bolsa y me la guardé. Muchos de aquellos jóvenes son verdaderos intelectuales, y sus familias les harían llegar muy lejos en la vida. Fue por este motivo que decidí no llevar el incidente ni al director ni a las autoridades pertinentes. Me guardé la bolsa en la guantera, esperando llegar a casa para tirarla por el retrete. Pero siempre he sido un poco corto de memoria, así que se me olvidó. Hasta que los policías me lo enseñaron, claro. Yo creía que mis argumentos les habían convencido, pero entones el policía que parecía de mayor edad sacó unos papeles y me los puso delante. Era mi historial clínico, en el que ponía que el día del accidente tenía restos de cocaína en el organismo. Aún no me había recuperado del accidente del día anterior, así que cuando ese agente se puso a la altura de mi cara para restregarme que me iban a meter en la cárcel, la contusión hizo que le diera un cabezazo, sin yo pretenderlo. También hay que recordar que la noche anterior no había podido dormir, por lo que estaba bastante irritable. Me acusaron ahora de violencia contra la autoridad, por lo que me retuvieron allí hasta llenar el formulario y llevarme a juicio. Y aquí estoy, señoría, explicando por qué no solo no deberían meterme en la cárcel, sino que deberían amonestar a su agente por conducta irrespetuosa a un pobre hombre enfermo. Hasta aquí mi testimonio.

Guillermo Dominguez

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