martes, 21 de febrero de 2017

Soubresaut

Soubresaut: pequeño o gran salto realizado con las dos piernas en quinta posición de pies. Es la forma más elemental de salto llamada también salto de pies juntos.

Mírala. Mira como mueve sus brazos, como da vueltas sobre su pierna. Como salta al compás de la música. Parece una simple marioneta, controlada por la mano de alguien externo a ella. Si entrecierro los ojos incluso puedo verle las cuerdas unidas a sus extremidades. La odio.

Cuando acaba la canción las demás bailarinas la aplauden, yo incluida, y la directora da por concluido el ensayo. Empezamos a salir pero la directora me llama. Voy hacia ella y, sin mirarme a los ojos, me dice que no tiene otro remedio que darle el papel principal a ella. Le grito en susurros y le pido otra oportunidad, pero se excusa diciendo que la Junta ya lo ha decidido, que no ha podido convencerles a tiempo.

La miro con odio y salgo de allí, sintiendo la rabia circulando por mis venas. Voy al vestuario y allí me ducho y me cambio, mientras todas felicitan a Verónica por su gran actuación. Putas pelotas. Creen que si se acercan a ella lo suficiente les darán un buen papel, supongo. Guardo mi ropa y voy hacia la puerta, cuando alguien me toca el hombro.

-Mel, quería decirte que tu baile también ha estado muy bien.

Ahí vuelve a estar ella, sonriéndome, con su sonrisa perfecta en su cara perfecta. No ha cambiado nada desde que eramos niñas. Además sé que su actuación ha sido mejor que la mía, no estoy ciega. Le sonrío de vuelta, le doy las gracias y me voy.

Aún me acuerdo de cuando me la presentaron hace tantos años. Iba un curso por debajo de mí, pero me aseguraron que sabía bailar. Por aquel entonces estaba intentando buscar unas cuantas chicas con las que formar un grupo. Las clases que me pagan mis padres no me ofrecían lo suficiente y necesitaba una "compañía" con la que poder crear mis propios bailes. Durante la hora del patio nos enseñó lo que sabía y le dimos el visto bueno. 

Cada tarde nos juntábamos en la puerta de la biblioteca a ensayar. Poníamos un viejo reproductor que conseguí de mis padres y nos dedicábamos a improvisar y crear nuestras propias coreografías. Al cabo de un tiempo una de las bibliotecarias se dio cuenta de que lo hacíamos bien y nos invitó a participar en un recital que harían en el auditorio encima de la biblioteca. 

Esa fue nuestra primera actuación y lo hicimos realmente bien. Cuando acabamos la gente nos aplaudió durante un rato y por fin sentí que ese era mi lugar. Miré a los lados y vi a mis compañeras, todas sonrientes. Pero Verónica tenía algo extraño en la mirada. Podía ver que estaba disfrutando más de lo que tocaría. En ese momento pensé que solo estaba teniendo su pequeño momento de gloria. Ahora sé la verdad. Los aplausos la estaban drogando, e iba a hacer todo lo posible para conseguir más. Aunque tuviera que pasar por encima de las demás para conseguirlo. Tendría que haberla echado del grupo, pero su madre nos solía llevar a las actuaciones en coche, y a las demás chicas les caía bien. 

Fuimos consiguiendo más funciones en diferentes pueblos de alrededor, consiguiendo fama por donde íbamos. Nos estábamos haciendo famosas en el mundillo, pero ya estábamos creciendo y empezamos a separarnos. Una se mudó a otra ciudad. Otra lo dejó por los estudios. Solo quedábamos Verónica, otra chica y yo. 

En uno de los recitales que hicimos en el auditorio del pueblo un señor se acercó a nosotras y nos felicitó. Se presentó como el señor Bali. Nos dijo que estaba en la Junta de una importante compañía de ballet de Ítaca y que, cuando tuviéramos la edad, nos presentáramos a las pruebas, que estaba seguro que las aprobaríamos. Nos deseó suerte en la vida y me entregó la tarjeta de la compañía.

Nosotras tres eramos las únicas que queríamos dedicarnos a la danza, así que cuando acabamos el instituto cogimos el metro y nos plantamos allí, listas para hacer las pruebas. Solo las superamos Verónica y yo. La otra chica nos pidió llorando que buscáramos otra compañía, que teníamos que estar las tres juntas. Pero nosotras ya habíamos encontrado nuestro lugar. El señor Bali nos felicitó cuando descubrió que habíamos entrado y nos dio esta vez su tarjeta personal, para que le llamáramos si alguna vez teníamos algún problema, fuera el que fuera.

Llevamos ya cinco años aquí. Poco a poco hemos conseguido mejores papeles, y esperaba que esta vez pudiera ser la protagonista. El señor Bali ha estado en cada escala de nuestro ascenso, impulsándonos a hacerlo mejor, asegurándonos una vida de logros por delante. Las bailarinas más "maduras" se han pasado a las ligas mayores, nosotras somos ahora las veteranas. No puedo creer que la estúpida Junta se haya dejado engañar por el baile de esa marioneta... Ni acostándome con la directora consigo el puto papel.


Cojo el coche y vuelvo a Fara. Estoy llegando llegando ya a casa, pero no me apetece volver a ese cuchitril. Sé dónde puedo ir. Aparco el coche a las afueras de la ciudad y voy andando hasta llegar a aquella mansión medio derrumbada. Me acerco lentamente, con cuidado de no encontrarme con ningún vagabundo o yonki por aquí. Este sitio es el favorito para la escoria de la ciudad, por eso siempre llevo un cuchillo en el bolso, no vaya a ser que decidan robarme para conseguir otro chute. 

Cada vez que estoy triste o agobiada por mi vida vengo aquí a despejarme. Es el único sitio en el que puedo sentirme yo misma, mi santuario. Lo encontré hace años, cuando me peleé con mis padres y escapé de casa por una noche. Siempre subo a la planta de arriba, a lo que debía ser la habitación principal, de la que solo queda el cabezal de la cama. Conecto el móvil al altavoz que tengo en lel bolso y dejo que la música me controle. Debe haber algo aquí que me impulsa a moverme de una manera casi mágica. Aquí he bailado las coreografías más bellas que he visto nunca, y no lo digo porque sean mías. Si tan solo pudieran verme bailar como lo hago en este sitio... Pero cuando llevo mucho rato me embarga la tristeza, ni la música puede salvarme en esos momentos, así que huyo de vuelta a casa.

Cuando empieza la música todos los músculos de mi cuerpo se mueven solos. Me dejo llevar por los compases y todas las preocupaciones desaparecen. Doy vueltas formando un remolino de polvo y...

-¿Qué estás haciendo?

Pego un salto y me giro. Verónica está plantada en la puerta, mirándome sin comprender. ¿Cómo me ha descubierto? Me ha seguido, seguro. No tiene suficiente con quitarme el puesto que encima tiene que venir y destruir mi santuario.

-Te estoy hablando, Mel. ¿Qué sitio es este?

¿Y ahora qué hago? No puedo dejar que le cuente sobre este sitio a nadie. Se va acercando a mí sin dejar de hacerme preguntas. Me agarra de los hombre y me sacude.

-¡Vete de aquí, zorra!

Le grito con todas mis fuerzas, me aparto y busco entre la bolsa que está en el suelo. Se vuelve a acercar pero se para a medio camino, con un cuchillo atravesándole el estómago. La apuñalo una y otra vez hasta que deja de respirar. Me miro las manos, llenas de sangre sobre los nudillos blancos que agarran el cuchillo. Lo suelto y me limpio en la camiseta. Me quedo quieta mirando el  cadáver, que está llenando el suelo de sangre. A la pobre marioneta le han cortado los hilos.

Desconecto el móvil del altavoz y le llamo, esperando que tenga alguna solución.

-Melaena, ¿eres tú?

-Señor Bali, necesito ayuda.

Guillermo Domínguez

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