Estúpidos.
Estúpidos y arrogante mortales. ¿Con qué derecho creen que pueden
maldecir su nombre?
-Míralos
-clama -. Lloran, rezan, matan y ríen... todo en mi nombre. Nunca
les dije que hicieran semejante tontería. A veces incluso me
arrepiento de... No, no puedo decir algo así -niega con la cabeza,
cabizbajo, cualquiera diría que es el vivo rostro de un hombre
derrotado. Pero la sonrisa que asoma entre la barba al mirar de reojo
delata su hipocresía. La jaula se mueve, balanceada desde el
interior, las barras empiezan a crujir. Aún débiles, sin presentar
una amenaza real.
-Oh, ¿crees
que puedes salir? ¿Y dónde irías? Observa tus criaturas. Lo que
queda de ellas -ríe pero cuesta saber si se divierte.
La Bestia, enjaulada, cesa su forcejeo y sigue su índice con la mirada. Solo ve
sangre, muerte y desesperación y se echa a llorar. Aúlla mientras
las cicatrices más antiguas vuelven a reventarse y le manchan el
bello pelaje de sangre.
-No luches.
Mira lo que te estás haciendo. ¿Quieres morir?
La Bestia
acalla los últimos gemidos de dolor.
-Tú me
haces esto -gruñe con la rabia del viento y la fuerza de una montaña
-. Tú matas mis criaturas y usas a las tuyas para ganar esta
partida. Como si de un juego se tratase, mueves tus peones,
sacrificas un alfil y jaque mate, tienes a mi rey. Imposible,
¿comprendes? Pues la Tierra no es tu tablero y mis torres ya no
resisten tus embates, solo lloran en silencio, mordidas de
sufrimiento.
El Sabio ríe aún
más fuerte, se sujeta la barriga y echa la cabeza atrás con la boca
abierta.
-Tus
discursos siempre consiguen entretenerme -dice al fin con lentitud,
la mira más astutamente -. Aunque insistas en tu rendición, en la
debilidad de tus criaturas, mira lo que le han hecho a tu jaula. Cada
vez que oponen resistencia contra mis hermosas creaciones, supone otra embestida a tus barrotes. ¿No crees que eso se parece bastante a un
juego? La batalla final llegará cuando consigan liberarte y entonces
tú y yo pelearemos por el destino de la Tierra. Mientras tanto,
dejemos que sean sus habitantes quienes se maten por nuestra causa.
-Y, sin
embargo, odias que maldigan tu nombre, que duden de tu existencia -la
Bestia se lame las heridas, limpia su pelaje con lentitud orgullosa.
-Por
supuesto. Deberían venerarme. Eso les ayudaría a ganar. Se pelean
entre ellos en vez de unir sus fuerzas. Estúpidos ignorantes.
La Bestia
suelta un bufido divertido y se tumba, ahora más tranquila. Un nuevo
embate sacude la jaula y parece sonreír mostrando sus temibles
colmillos blancos.
-En cambio,
mis criaturas cada vez se ayudan más, sabiendo que su única
resistencia es la unión. Lo que no logras comprender es que tus
criaturas sin las mías no pueden habitar el planeta, pues este
moriría inevitablemente y las mías serían más felices sin tu
creación. ¿Acaso lo olvidaste? Solo la llevaste a cabo para
encerrarme y poseer el poder que no te fue otorgado. Recuerda, Sabio, que al matar al rey, termina la partida.
-¡Calla!
-pues es cierto.
Marina R. Parpal
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