martes, 10 de mayo de 2016

#23 El caballero de gris

Escribe una historia en la que la vida de una mujer cambia drásticamente en solo 3 minutos.

Las muestras de tejido epitelial muestran, valga la redundancia, una alteración, un gran aumento en su parte basal. Quita el portaobjetos, se pone las gafas que había dejado al lado del microscopio y empieza a buscar el aceite de inmersión (¿dónde lo habré puesto yo ahora? Siempre me pasa lo mismo, desde que estoy sola...), cuando un puño golpea la puerta con fuerza.
Los ratones se mueven inquietos en sus jaulas, dispuestos a lanzarse hacia la misteriosa persona, aun sabiendo que les espera la muerte igualmente, el cáncer es muy avanzado, y la investigación se está cobrando sus vidas, por el bien mayor, dirán todos.
La solitaria mujer con la bata blanca abre la puerta, y tras ella se encuentra un hombre con un traje gris, fumando un puro.
-Perdone, pero no se puede fumar en estas instalaciones -le ruega la científica, molesta por el humo, temiendo que sea ella la que acabe con cáncer (qué irónico sería)-.
-Tranquila, si no voy a tardar mucho en irme. ¿Es usted la doctora Ross?
-Sí, soy yo, ¿y usted es?
-¿Puedo pasar?
-Claro, como si estuviera en su casa.
El hombre, con el semblante serio, mira a su alrededor, analizando eso a lo que llaman laboratorio, aunque parece más bien un cuarto de mantenimiento bien equipado. Pasea la vista por las jaulas repletas de ratones cada vez más nerviosos y por los innumerables frascos y botes que adornan las estanterías, y se para delante del microscopio.
-¿Puedo?
-Adelante, pero me temo que no verá demasiado, espere un momento.
Velozmente coloca el portaobjetos en su posición anterior, y con un gesto de la mano le indica que ya puede observar. El hombre de gris se encorva hasta tocar los ojos con los oculares, con cuidado de no llenar todo con la ceniza del puro, y observa aburrido como solo hay grandes manchas rosadas (qué divertida tiene que ser la vida de esta mujer...).
-Bueno -dice mientras se aparta del aparato-, he venido para comunicarle que la subvención que le proporcionaba el estado le ha sido denegada, dado que no ha aportado los resultados esperados.
-¿Cómo quiere que obtenga resultados, si por culpa de los recortes he tenido que prescindir de mis compañeros? No puedo hacer todo este trabajo yo sola, por mucho que unos estúpidos funcionarios piensen lo contrario.
-Mira, yo no escojo estas cosas, solo soy el encargado de comunicarlas, pero no me gusta que use ese vocabulario, cuando yo no le he faltado el respeto a nadie. En dos días pasarán a recoger todos estos trastos, hasta entonces tendrá tiempo para hacer un breve informe. Ahora, si me disculpa, debo tener esta misma conversación con los del departamento de geología.
Da media vuelta, tira el puro al suelo, y abandona la habitación (imbécil arrogante, ojalá le recortaran a él esa cara de amargado). La doctora en biología empieza a recoger todo con desgana, excepto los restos del funcionario que reposan aún ardiendo en el suelo. 
Lleva semanas trabajando sola, después de que una carta (al menos está vez han tenido la decencia de enviar a alguien, aunque sea un capullo como ese tío) dijera que debían prescindir de personal. Ella, al ser la jefa de la investigación, fue la única que se quedó, y se estuvo lamentando todo este tiempo, con la única compañía de ratas torturadas. Se acerca a los animales, dando vueltas por sus jaulas, buscando alguna salida sin éxito. Levanta una a la altura de los ojos, admirando la biología del mamífero. 
-¿Y ahora qué hago?
El animal, que le está dando la espalda se gira y la mira fijamente, como esperando que hiciera algo. Sin que éste le ofrezca ninguna solución, vuelve a dejarlo, cuando de pronto el animal se lanza hacia los barrotes, buscando algún dedo que morder (qué rabiosos están, los pobres, si al menos está furia pre-mortem pudiera ser utilizada de algún modo...).



Doctora libera ratones cancerosos en el Parlamento.

La joven científica fue despedida hace tres días de sus funciones como jefa de investigación en la Universidad de Ítaca, por lo que decidió utilizar los sujetos de sus experimentos como venganza. Entró en el edificio del Parlamento y liberó a los animales antes de que los guardias de seguridad pudieran impedírselo, al grito de "ratas mordiendo a ratas". El edificio tuvo que ser evacuado, y se tardaron varias horas en atrapar a todos los roedores. 
Algunas personas que se encontraban en el edificio fueron atacadas, incluido algún parlamentario, pero por suerte ninguno ha sufrido problemas graves da causa de la enfermedad de los ratones.


Guillermo Domínguez

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