Invéntate
un pasado para ti: ¿dónde creciste? ¿a qué te dedicas? Haz que
sea lo más diferente posible al real.
Nací y me
crié en Armstrong, la capital de Luna, la ciudad más hermosa del
mundo. O eso dicen. Las vistas de la Tierra son espectaculares y el
tapiz de culturas y lenguas es maravilloso. Las estrellas brillan con
más fuerza y parecen al alcance de la mano. Pero no se puede salir a
pasear y tienes que desplazarte para todo: en casa siempre es de
noche y en la escuela siempre es de día. Parece lógico, ¿verdad?
Pero si un domingo quiero levantarme y ver la Tierra, sentir el sol
en la cara, me toca coger el transbordador e ir hasta Luz. Es un
barrio lujoso y la gente te mira mal, saben enseguida que eres de
Oculto.
Cuando era pequeña visitábamos a mis abuelos a la Tierra cada verano y era mi momento favorito del año. Tenían un perro llamado Loco, porque era muy travieso y juguetón. En Luna no se pueden tener mascotas, porque es un desperdicio de aire, así que obligué a mis abuelos a tener un conejito y lo llamé Algodón. Nunca fui demasiado original, supongo. Así que esos eran mis veranos: mis abuelos, Loco y Algodón, mis padres abrazados en el porche, el Sol escondiéndose tras el trigo. La Tierra es tan bella que te deja sin aliento. No es gris y fría como Luna. Bueno, eso era antes de que empezara la Guerra. Defendí el planeta azul con uñas y dientes y trabajé durante un tiempo como embajadora en Bruselas, pero se volvió demasiado peligroso. Volví a Luna con un marido belga y el miedo en el corazón. Primero vimos desaparecer el Reino Unido. Una noche la isla se tiñó de naranja y sus luces ya no brillaron más. El verde se volvió marrón árido como el de África. Después cayó Francia, Canadá, España, Australia... Ya no quedan luces en la Tierra que nos recuerden de donde venimos.
Cuando era pequeña visitábamos a mis abuelos a la Tierra cada verano y era mi momento favorito del año. Tenían un perro llamado Loco, porque era muy travieso y juguetón. En Luna no se pueden tener mascotas, porque es un desperdicio de aire, así que obligué a mis abuelos a tener un conejito y lo llamé Algodón. Nunca fui demasiado original, supongo. Así que esos eran mis veranos: mis abuelos, Loco y Algodón, mis padres abrazados en el porche, el Sol escondiéndose tras el trigo. La Tierra es tan bella que te deja sin aliento. No es gris y fría como Luna. Bueno, eso era antes de que empezara la Guerra. Defendí el planeta azul con uñas y dientes y trabajé durante un tiempo como embajadora en Bruselas, pero se volvió demasiado peligroso. Volví a Luna con un marido belga y el miedo en el corazón. Primero vimos desaparecer el Reino Unido. Una noche la isla se tiñó de naranja y sus luces ya no brillaron más. El verde se volvió marrón árido como el de África. Después cayó Francia, Canadá, España, Australia... Ya no quedan luces en la Tierra que nos recuerden de donde venimos.
Marina R. Parpal
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