Usa el título de tu libro favorito cuando era pequeño/a como inspiración para tu siguiente historia. Escribe una historia que no se asemeje a la original.
Las
campanadas de la iglesia le devolvieron a la realidad. Ya eran las cinco, y
debía salir corriendo a recoger a su hermana del colegio. Se despidió de la
bibliotecaria, que se lamentó de que ese día no pudiera coger ningún libro.
En la
puerta del colegio estaba esperando su hermana, sentada en las escaleras,
acompañada por su profesora. Will, mientras recuperaba el aliento, saludó a la
pequeña Sofie, que le apartó la mirada, incómoda.
-Puedes
entrar un momento, ¿Will?
La profesora Shipp había sido su maestra cuando tenía la edad de Sofie, y siempre
había pensado que era una gran persona, siempre se preocupaba por sus alumnos.
Por eso se alegró mucho de que también diera clases a su hermana.
-Claro,
señorita.
Entraron
en su despacho, lleno de fotografías de diversas clases que había tenido a lo
largo de sus numerosos años de experiencia. También había algunas de ella con
gente famosa, como diversos grandes empresarios, el alcalde de Thule e incluso
algún senador, todos ellos exalumnos. Había pasado tantas horas allí (muchas de
ellas debidas a su mal comportamiento) a lo largo de los años que ya se conocía
todos los detalles. Estaba seguro que él no constaría en su "muro de las
celebridades" en un futuro próximo.
-Bueno
Will, quería hablar contigo porque tu hermana hoy se ha metido en una pelea.
De tal
palo tal astilla dicen... ¿Y cómo se dice si un hermano copia a otro?
-Pero
por algún motivo habrá sido, ¿no? Dudo mucho que Sofie se haya metido en
ninguna pelea por puro entretenimiento.
-Tienes
razón, en eso no se parece nada a su hermano... El desencadenante ha sido un
comentario sobre otro niño sobre ti.
Sabía
que debía sentirse avergonzado por la situación, que debía decir que hablaría
con su hermana y que no volvería a pasar. Pero el orgullo le impidió hacer nada
de eso. No se podía creer que su hermana hubiera salido en su defensa, no la
creía capaz de hacer algo así. Will se despidió de su antigua maestra,
asegurándole que hablaría con ella, aunque sabía que esa conversación nunca
tendría lugar.
Al
otro lado de los árboles ya se podía ver su cabaña. Sofie iba directa hacia
allí, pero el se paró un momento. Al darse cuenta de que no la seguía dio media
vuelta.
-¿Qué
haces?
-Nada,
solo estaba viendo lo mayor que te habías hecho.
Y era
verdad: hacía nada estaba llorando agarrada al marco de la puerta de la entrada
porque no quería empezar el colegio, y ahora se dedicaba a defender a su
hermano delante de todo el mundo.
-¿Estás
seguro?
Sofie
tiró su mochila al lado de un árbol, y antes de que él pudiera darse cuenta, le
lanzó una bola de nieve el pecho. Empezó a reírse, pero no por mucho tiempo. Su
hermano le devolvió el ataque, y estuvieron así un buen rato, jugando como
críos hasta que acabaron los dos tirados en el suelo, agotados.
En
cuanto Will abrió la puerta, Sofie se fue disparada hacia su habitación, la que
se había vuelto su pequeño santuario durante toda su vida. Lo que hiciera allí
dentro, solo ella lo sabía, aunque se intuía, por las voces que a veces
escuchaba. No estaba sola, o al menos eso creía su hermana. Sabía que aún no
había superado la pérdida de su madre, ni siquiera sabía si él la había
superado. ¿Lo llegaría a hacer algún día?
Will
cruzó el recibidor, dejó la gorra con el poco dinero que había podido conseguir
en la mesa de la cocina, pero no sin antes coger un par de monedas y
guardárselas en el bolsillo trasero del pantalón. Quería a su padre, pero sabía
perfectamente que una parte del dinero que ganaban iba destinado a comprar su bebida.
Creía entenderle, pero no por ello odiaba esa adicción y lo que le hacía hacer.
Desde que había empezado a pedir dinero por el pueblo se había guardado un
porcentaje de las ganancias, por si acaso algo pasaba con Sofie o el mismo
tuviera cualquier problema.
Se dirigió
a la sala de estar, donde podía escuchar el absurdo programa que sonaba en la
radio y al que se había enganchado su padre. Atravesó la puerta y se encontró a
su padre con los ojos cerrados y la boca abierta, con un vaso de lo que supuso
que era whisky en la mano. Ya prácticamente formaba un apéndice con su cuerpo,
nunca se despegaba de alguna lata, vaso o algo que pudiera contener cualquier
tipo de alcohol. En el suelo, al lado del sofá, estaba la botella prácticamente
vacía. La chimenea estaba apagada, pero suponía que dentro de poco su padre se
levantaría gritando que se encargaran sus hijos de encenderla.
-Papa
te he dejado la gorra en la cocina, cuando quieras puedes ir a cogerla.
Fue
otra vez a la cocina, y se puso a lavar los platos. Oyó como su padre daba un
fuerte ronquido y se despertaba del susto. Intentó no reír, porque sabía que
odiaba cuando se reían de él, pero no pudo evitar la sonrisa que ya se estaba
formando en sus labios. Su padre fue lentamente hasta allí, dejó la botella en
la mesa y se paró para contar las pocas monedas que aún estaban en la gorra.
-¿Qué
es esto?
-Papá
-empezó a decir mientras dejaba el plato en la pica y se secaba las manos en
los pantalones-, hoy no había nadie. Ya sabes que cuando empieza el invierno
nadie pasa por esa calle.
-¿Y no
se te ha ocurrido moverte de sitio?
-La
última vez que lo hice me pillaste y me dijiste que como volviera a hacerlo no
entraría más en esta casa.
-Ese
día te estabas escaqueando. ¿No puedes tener más iniciativa? ¡Joder!
Lanzó
el vaso contra la pared, llenando el suelo de cristales y whisky. Will dio un
salto hacia atrás asustado, y se chocó contra la puerta, haciendo rebotar las
monedas contra ella.
-¿Qué
tienes hay detrás? -dijo el padre en tono frío-.
Will
sacó el poco dinero que se había guardado, y lo dejó lentamente sobre la mesa,
junto al resto de monedas.
-Papá,
te lo puedo explicar. Este dinero me lo ha dado la profesora Sipp. Sabe que
dentro de poco es el cumpleaños de Sofie, y quería que le comprara algo de su
parte.
-¿Por
qué me mientes? Una profesora no da dinero a sus alumnos. Y me lo tendrías que
haber consultado a mí primero. Seguro que tienes más, ¡ya me lo puedes estar
dando!
-Es lo
único que tengo, te lo juro.
El
padre se acercó con el puño en alto, amenazante, y cuando se colocó delante de
Will este siguió quieto, aguardando el golpe que tanto creía merecerse. Pero
entonces algo dentro de él decidió rebelarse, cansado de las palizas que había
sufrido durante tantos años. Se apartó en el último momento, cuando el puño de
su padre estaba a punto de acertar en su pómulo.
-¿Te
crees muy valiente? ¡Ven aquí antes de que me enfade aún más!
Pero
no estaba dispuesto a ceder, no después de haber conseguido plantarle cara,
aunque solo fuera apartándose. Cogió la botella de whisky de la mesa y con un
limpio golpe, la rompió por la mitad, cayéndole el líquido tan preciado por su
padre por toda la mano.
-¡Te
voy a matar, crio estúpido!
El
padre se adelantó y le propinó una patada en la espinilla. Pero no soltó la
botella. Will se lanzó hacia él, dirigiendo el filo hacia su estómago, pero su
padre se giró hacia la derecha y le pegó un puñetazo en la mandíbula. Entre las
lágrimas que caían por sus mejillas consiguió salir de la cocina corriendo,
intentando escapar. Pero su padre era más rápido, y le cogió por el cuello. Le
dio media vuelta y lo alzó en el aire. Entonces Will levanto su improvisada arma
y se la clavó en el antebrazo, cayendo rápidamente al suelo. El grito de dolor
hizo que Sofie decidiera salir de su habitación, asustada por lo que podría
estar pasando.
-¡Escóndete,
Sofie! No salgas hasta que yo te lo diga.
La
sangre empezó a gotear por el suelo, y su padre le miró con la cara desencajada
del dolor. Gracias al frenesí del momento, el niño pudo esquivar la bofetada
que iba directa a su mejilla, en la que aún se estaban secando las lágrimas.
Esto hizo cabrear aún más a su padre.
Will
entró en la sala de estar y tiró al suelo una de las sillas, justo cuando su
padre entraba también en la habitación. Este se tropezó y cayó al suelo, golpeándose
la cabeza. Aprovechando el momento, Will cogió la escopeta que descansaba sobre
la chimenea, tirando las fotos de la repisa. Pesaba más de lo que creía, y
apuntó al pecho de su padre. Estaba temblando, sabía que no podría aguantar el
arma mucho más tiempo. Su padre se levantó poco a poco, confiado de que su hijo
nunca apretaría el gatillo.
-Eres
un cobarde, como tu madre, ¿qué pretendes hacer con eso? Dámela antes de que te
hagas daño tú solito.
Cogió
el cañón de la escopeta y estiró de ella, a la espera de que decidiera
soltarla. Pero Will la había cogido con tanta fuerza que al estirar su padre de
ella apretó el gatillo sin querer. Cayó de espaldas contra el sofá, se chocó
con él y acabó en suelo, donde empezaba a formarse un pequeño charco de sangre.
Will siguió quieto, sujetando con todas sus fuerzas el arma, hasta que un grito
detrás suyo le hizo moverse. Sofie estaba en el último escalón, con los
pantalones del pijama mojados.
-Sofie,
te he dicho que te quedes arriba -dijo mientras corría hacia ella y la abrazaba.
Su hermana no podía apartar la vista de su padre, que aún intentaba arrastrarse-.
-¿Se
va a poner bien?
-No lo
sé. Pero no podemos quedarnos aquí. Sube a tu cuarto, cámbiate de ropa y guarda
toda la que puedas en una mochila.
-¿Dónde
nos vamos? No podemos irnos de aquí, hay que ayudar a papá.
-Tú
sube y haz lo que te digo, ya nos preocuparemos de papá más tarde.
Ella subió
las escaleras, pero aún estaba mirando a la sala de estar. Will fue hacia allí
y vio que su padre ya no se movía. Había intentado cogerse a una silla para
levantarse, pero ahora estaba desplomado y sin vida en un charco cada vez más
grande. Subió él también a su habitación y se guardó todo lo que pudo en una
mochila. Tiró todos sus calcetines al suelo y metió la mano el cajón, donde
había guardado todas las monedas. Se lo metió en el bolsillo y fue a la
habitación de su padre, donde sabía que también habría algo de dinero. Rebuscó por
toda la habitación, pero no encontró nada.
-Está
detrás de la foto de mamá, lo vi una vez cuando era pequeña.
Sofie
estaba apoyada en la puerta, con su mochila de clase a las espaldas. Cogió la
fotografía de la mesilla de noche y la rompió. Se guardó tanto la imagen como los
billetes que había detrás, más de los que creía que su padre podía tener.
Antes
de salir de la casa, Will encendió la chimenea, sacó un tocón con cuidado y lo
dejó en el suelo de madera. Esperaba que, cuando la gente viera el fuego, este atrajera
su atención y ellos pudieran escapar. Seguía sin saber dónde irían, pero podrían
llegar a la parada de tren en media hora, subirse al primer tren que vieran y
rezar para que ningún revisor los pillara. Y si lo hacía, esperaba que fuera lo
suficientemente lejos para que pudieran seguir a partir de allí. Sería un
camino largo, pero al menos estaba juntos.
Se
pararon un instante en la cima de un pequeño montículo cubierto de nieve, tiritando
de frío. Desde la distancia pudieron observar el baile de las llamas que se iba
expandiendo por lo que hasta ese momento había sido su hogar. El fuego les
había borrado los recuerdos del pasado, y la nieve les obligaba a seguir su
camino y centrarse en su presente. Lo que pasara con su futuro solo el tiempo
lo diría.
Guillermo Domínguez
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