Este relato lo escribí hace mucho tiempo, fue de los primeros relatos "en serio" que hice, así que le tengo un cariño especial. Es el primero ambientado en el mundo que he creado y que ha sentado las bases a la mayoría de relatos posteriores. Espero que lo disfrutéis.
Al recobrar la consciencia le sobrevino un intenso dolor de cabeza, por lo que tuvo que seguir tumbado en el suelo con los ojos cerrados durante un tiempo. Cuando el dolor remitió un poco, abrió los ojos y empezó a erguirse muy despacio. Al final consiguió ponerse de pie, pero aún tenía que apoyarse en la silla que tenía más cerca. Entonces se preguntó qué le había pasado. Lo único de lo que se acordaba era que había notado un dolor muy fuerte en el brazo izquierdo, y por eso pensó que le estaba dando un ataque al corazón, pero al ver que ya no notaba ese dolor descartó la idea. No recordaba haberse desmayado, y comprobó su reloj para ver si había estado inconsciente durante mucho tiempo, pero entonces vio que se había roto al caerse, y que marcaba las 12:11
Decidió ir a un hospital, pues no sabía lo que le había pasado, pero no quiso llamar a una ambulancia. Ya había estado en una de ellas cuando era pequeño, cuando a su padre le había dado un ataque de corazón. Uno de verdad, pensó. Y ese fue el último vehículo en el que se montó su padre. Así que decidió coger un taxi, pues no estaba muy seguro de si se volvería a desmayar o no, y prefería que si eso pasaba, no fuera él el conductor.
En cuanto salió de su casa, miró hacia ambos lados de la calle, y vio que a su izquierda, a lo lejos, había un taxi dirigiéndose hacia donde él estaba. Levantó el pulgar y el taxi se paró justo delante suyo. Al abrir la puerta, un extraño olor, como a azufre, salió del vehículo. El hombre arrugó la nariz y el taxista se dio cuenta.
-Perdone, pero es que el motor no anda muy fino últimamente, pero no se preocupe, no hay ningún peligro. ¿A dónde le llevo, caballero? –preguntó el taxista, poniendo el taxímetro en marcha-.
-Al hospital, por favor. Y si se puede dar un poco de prisa, mejor –dijo el hombre mientras bajaba la ventanilla, aunque sin ningún resultado, el olor persistía-.
-Eso está hecho.
El coche se puso en marcha, y se metieron entre las calles de la ciudad. El hombre se dio cuenta de que aún tenía el reloj, y, por curiosidad, le preguntó al taxista la hora.
-Pues son las doce y diez, más o menos, hace un rato he escuchado el reloj de la iglesia, ¿no lo ha oído?
-¿Está usted seguro de que son las doce y diez? En mi reloj pone lo mismo y está roto…
-Pues igual el mío también está roto. –dijo el taxista, con una extraña sonrisa, como si se estuviera riendo de él y no intentara esconderlo-. Qué casualidad, ¿eh?
-Pues la verdad es que sí…
El hombre se quedó pensativo, mirando por la ventana. Nunca le habían gustado las casualidades de este tipo, porque le recordaban a su madre y sus sermones, diciéndole que todo era por culpa del destino y tal y cual. Su madre había sido una fanática desde que él había nacido, pero poco después de que su padre muriera, todo había empeorado. Ella había entrado en una secta, una de esas que te hacen pagar por quitarte el demonio de dentro. Tras mucho esfuerzo (y dinero perdido por parte de su madre), la había convencido de que ese no era el camino que tenía que tomar, y al final consiguió que saliera de allí. Desde entonces empezó a odiar a las religiones y todo lo que tuviera que ver con ellas.
-Perdone, -dijo el taxista, mirándole desde el retrovisor- ¿le podría hacer una pregunta? Es que su cara me es familiar y no sabría decirle por qué… ¿Ha salido en televisión recientemente o algo por el estilo?
-Sí, bueno… Aunque preferiría no hablar del tema…
-¡Ah, ya lo recuerdo! Usted es aquel banquero que estafó a todas esas familias, ¿me equivoco?
-¡Yo no estafé a nadie! –exclamó el pasajero indignado-.
Hacía un par de semanas había ocupado todas las portadas de los periódicos y todos los telenoticias habían estado hablando de él. Era otro de los muchos casos de corrupción de bancos que estafaban a sus clientes. Le habían puesto una denuncia, pero su abogado había conseguido que retrasaran el juicio. Todo el mundo le miraba mal por la calle, e incluso había recibido algunas notas amenazantes.
-Ya, eso dicen todos… ¿Usted cree que está bien todo eso? Les ha arruinado la vida a muchísimas familias, todo el mundo en esta ciudad le odia. ¿Qué dice su mujer de todo esto?
-Estoy divorciado. Y si cree que me voy a desmoronar o algo por el estilo no sabe usted con quién…
-Normal que esté divorciado, ¿cómo pudo aguantar su mujer todo lo que ha hecho usted?
-¡El divorcio no tuvo nada que ver con esto de lo que se me acusa! –exclamó el hombre, enfadándose cada vez más con ese tipo-.
-Pero tenga usted seguro que su mujer tiene que estar ahora mismo la mar de contenta sabiendo que se divorció a tiempo.
-¡¿Pero usted quien se ha creído que es para hablarme de este modo?! ¡Pare ahora mismo el taxi!
-Vamos hombre, ¡si era una broma! Y además, quedan solo un par de minutos para llegar. Y tranquilo que ya no le digo nada más.
-Eso espero…
El hombre, molesto, se recolocó en su sitio y volvió a mirar por la ventana. Entonces se dio cuenta de que no conocía ninguna de esas calles, parecía como si estuviera en una ciudad diferente. También vio a gente sola, algunos estaban paseando y otros solo estaban sentados, pero todos tenían algo en común, tenían la mirada perdida.
-¿Está usted seguro de que este es el camino correcto hacia el hospital?
-Pues claro, lo que pasa es que esta zona es muy poco conocida, incluso para los que llevan toda la vida en la ciudad. Sobre todo para esos… Usted no se preocupe, que ya casi llegamos a su destino.
De golpe, vio que la luz del sol se volvía roja. No sabía si esto había sido gradual y no se había dado cuenta o es que había ocurrido de repente. Parecía como si el sol se estuviera poniendo, como si ya hubiera llegado el atardecer, pero, aunque no sabía la hora exacta, no podía ser mucho más tarde de la una en punto. Todo se volvió rojo, los edificios, el cielo, incluso un taxi que pasó a su lado. Lo único que logró ver del taxi fue una chica en el asiento trasero llorando desconsolada, tapándose la cara con las manos. Y, como todo lo demás, también era de color rojo.
- Podría poner el aire acondicionado? Es que estoy un poco mareado y hace mucha calor… -al hombre le daba vueltas la cabeza, sabía que algo no estaba bien del todo, pero no lograba comprender el qué. Llevaba desde que se había despertado con esa sensación extraña, pero ahora había aumentado-.
-Bueno, ya te acostumbrarás, por esta parte de la ciudad siempre hace un calor de mil demonios. –y se empezó a reír, sin que el pasajero entendiera la gracia-.
Y fue entonces cuando logró encajarlo todo, el porqué de todas las cosas raras que le habían estado pasando durante el día. Empezó a sudar y se irguió en el asiento, con una mueca de miedo en el rostro.
-Parece que ya lo has comprendido, ¿o no? Has tardado más de lo que esperaba, un hombre de negocios como tú tendría que ser más inteligente… Incluso esa chica que ha pasado hace un momento lo ha conseguido antes que tú, lo malo es que ella se lo ha tomado de peor manera…
-¿Eres la M…?
-¡No! Tan solo soy un mensajero, no te preocupes. Yo solo llevo a la gente de un lado a otro de la “ciudad”. Antes solíamos llevar a la gente como tú en barca, pero claro, eso es ahora un poco más difícil, y más estando en una gran ciudad como esta.
-¿Y dónde me llevas ahora?
-¿Tú donde crees? Viendo tu historial solo puedes ir a un sitio, y por mucho que no creas en estas cosas tú también tienes que ir allí.
-¿Y toda esa gente que parecía perdida? ¿Quiénes son?
-Son aquellos que no han encontrado su “taxi”, los que no quieren comprender esto que tú has hecho hace un momento. Ellos se encuentran en un punto medio, pero tarde o temprano cruzaran ese túnel que ves allí al fondo. Así que descansa ahora que puedes que cuando lo cruces empezará tu verdadero tormento.
El hombre se volvió a colocar en su sitio, pensativo, intentando asimilarlo todo. Le hubiera gustado tener más tiempo o haber retrocedido en él e intentar cambiar todos los errores que había cometido durante toda su vida, y así haber cambiado también la situación en la que estaba ahora…
-Ya, eso es lo que quiere todo el mundo, pero así es la vida, o más bien dicho, la muerte.
Y con estas palabras entraron en el túnel, el hombre intentó mirar un momento hacia atrás, echar un último vistazo a todo lo que dejaba por el camino, pero cuando entraron todo se volvió negro.
Guillermo Domínguez
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¡Muy bueno! Me ha encantado el comienzo, engancha completamente, y el detalle de la hora es del todo acertado... Al ir leyendo creía que el taxista iba a ser uno de los clientes engañados buscando venganza... Así que fantástico el giro final.
ResponderEliminar¡Gracias por compartirlo!
¡Muchas gracias de nuevo! Al principio tenía miedo de colgarlo por ser tan antiguo, pero con que le haya gustado a una sola persona ya ha valido la pena :D
Eliminar¡Un saludo enorme!