martes, 5 de abril de 2016

#52 Todo sobre mi corbata

Escribe un relato de un personaje que encuentra una corbata y no sabe cómo ha llegado allí.

Abro el armario y donde tendría que estar la ropa que me tengo que poner, lo primero que veo es una corbata. La alzo a la altura de los ojos, sin comprender qué hace allí. Y lo peor es que debajo hay un traje. Pero centrémonos primero en la corbata. Le doy varias vueltas en busca de alguna etiqueta, un nombre que pueda identificar y al que poder devolver este objeto perdido o algo por el estilo. Pero no hay nada.
Miro a mi alrededor en busca de la mochila, que no me pase como el otro día que no la encontré y tuve que ir a clase con lo puesto… Y también veo rara mi habitación. No encajan ni los muebles ni los colores de la pared. Y encima de la mesita de noche hay un libro de Murakami, ¿quién lee a Murakami? En la misma mesa hay un cuadro y un reloj, que marca las 7:42. Aún tengo tiempo, aunque no puedo dormirme en los laureles. Oigo unos pasos en el baño, supongo que mi madre llega tarde a trabajar.
La puerta del baño se abre y aparece una mujer vestida únicamente con una toalla. Su cara me es familiar, pero no consigo ubicarla. ¿Qué hace en mi casa? ¿Será ella la lectora de Murakami?
Intento pensar en qué hice ayer, pero mi mente está confusa.
-¿Qué haces aún sin vestir, cariño?
Me quedo mirándola fijamente, sin comprender nada de lo que está ocurriendo. Me giro y veo la fotografía al lado del libro, y aparezco yo, con traje, dándole un beso a la mujer de la toalla. Aunque allí aparece con un vestido de novia, y yo con un traje. Le miro la cara y sé que la conozco, pero hay algo raro en ella. Los ojos… los he visto antes.
-¿Rita?
-Mierda, te ha vuelto a pasar, ¿verdad? –me agarra suavemente de los hombros y me sienta en la cama-. Tú espérate aquí mientras busco tus pastillas. No te muevas, ¿vale, David?
Se da la vuelta y me deja allí, solo, sin saber qué hacer. Me levanto, a pesar de lo que me ha dicho, y miro en la puerta del armario, que aún está abierta. Hay un espejo donde puedo verme perfectamente, pero no me reconozco. Mi pelo ha encanecido, y mi cara tiene arrugas por todas partes. 
Me empiezo a marear y vuelvo a sentarme en la cama. Intento volver a recordar qué pasó ayer, y esta vez consigo ver algo. ¿Un tren? Pero la gente grita, el mundo está del revés. No comprendo nada.
Rita (o una versión más mayor de ella) vuelve a entrar, con un frasco en las manos.
-No te preocupes, ya he llamado al doctor y está de camino, tú solo trágate estas pastillas y relájate. Ya sé que todo esto es muy confuso, pero cálmate, todo se acabará pronto.
Hago lo que ella me pide y noto un sabor familiar. Ella me abraza, repitiendo lo mismo todo el rato, como un mantra. “Todo acabará pronto”. Pero no sé si va dirigido a mí o se está intentando tranquilizar a sí misma.

Guillermo Domínguez

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