Escribe un relato de un personaje que encuentra una corbata y no sabe cómo ha llegado allí.
Abro el armario y donde tendría que estar la ropa que me tengo que poner, lo primero que veo es una corbata. La alzo a la altura de los ojos, sin comprender qué hace allí. Y lo peor es que debajo hay un traje. Pero centrémonos primero en la corbata. Le doy varias vueltas en busca de alguna etiqueta, un nombre que pueda identificar y al que poder devolver este objeto perdido o algo por el estilo. Pero no hay nada.
Miro a mi alrededor en busca de la mochila, que no me pase como el otro día que no la encontré y tuve que ir a clase con lo puesto… Y también veo rara mi habitación. No encajan ni los muebles ni los colores de la pared. Y encima de la mesita de noche hay un libro de Murakami, ¿quién lee a Murakami? En la misma mesa hay un cuadro y un reloj, que marca las 7:42. Aún tengo tiempo, aunque no puedo dormirme en los laureles. Oigo unos pasos en el baño, supongo que mi madre llega tarde a trabajar.
La puerta del baño se abre y aparece una mujer vestida únicamente con una toalla. Su cara me es familiar, pero no consigo ubicarla. ¿Qué hace en mi casa? ¿Será ella la lectora de Murakami?
-¿Qué haces aún sin vestir, cariño?
Me quedo mirándola fijamente, sin comprender nada de lo que está ocurriendo. Me giro y veo la fotografía al lado del libro, y aparezco yo, con traje, dándole un beso a la mujer de la toalla. Aunque allí aparece con un vestido de novia, y yo con un traje. Le miro la cara y sé que la conozco, pero hay algo raro en ella. Los ojos… los he visto antes.
-¿Rita?
-Mierda, te ha vuelto a pasar, ¿verdad? –me agarra suavemente de los hombros y me sienta en la cama-. Tú espérate aquí mientras busco tus pastillas. No te muevas, ¿vale, David?
Se da la vuelta y me deja allí, solo, sin saber qué hacer. Me levanto, a pesar de lo que me ha dicho, y miro en la puerta del armario, que aún está abierta. Hay un espejo donde puedo verme perfectamente, pero no me reconozco. Mi pelo ha encanecido, y mi cara tiene arrugas por todas partes.
Me empiezo a marear y vuelvo a sentarme en la cama. Intento volver a recordar qué pasó ayer, y esta vez consigo ver algo. ¿Un tren? Pero la gente grita, el mundo está del revés. No comprendo nada.
Rita (o una versión más mayor de ella) vuelve a entrar, con un frasco en las manos.
-No te preocupes, ya he llamado al doctor y está de camino, tú solo trágate estas pastillas y relájate. Ya sé que todo esto es muy confuso, pero cálmate, todo se acabará pronto.
Hago lo que ella me pide y noto un sabor familiar. Ella me abraza, repitiendo lo mismo todo el rato, como un mantra. “Todo acabará pronto”. Pero no sé si va dirigido a mí o se está intentando tranquilizar a sí misma.
Guillermo Domínguez
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