Parece que el silencio sea más violento que el ruido desgarrador de un
grito, un gemido, un sollozo escondido. Quizá sea por todo eso que conlleva
estar callada, solo contigo, tu mente y tus dudas. Quizá sea por las miradas
que compartimos cuando no hablamos, por tener que escuchar los latidos de un corazón
muerto y darnos cuenta de que nada bombea nuestra sangre.
Quizá el silencio
seas solo un monstruo terrible que acecha en los callejones de la memoria y nos
persigue con un filo interminable. Nos apuñala callada y lentamente y vamos
muriendo desangrados sin que nadie se dé cuenta. Quizá el silencio no es más
que un arma arrojadiza usada por los que conocen la vida y el dolor y tratan de
asustarnos, de echarnos en cara nuestro ruido, nuestra estúpida risa y las
lágrimas que corren por nuestras mejillas sin que nadie pueda pararlas. Me
quedé sin música y tuve que enfrentarme a mi silencio, a mis demonios, los que
tanto buscaban en momento de morderme, poseerme con dolor infinito y quedarse
mis entrañas. Son terribles los silencios cuando esperas y peores cuando nada
puede hacerse. Un quizá está lleno de palabras, una esperanza y algo de
temblor. Un nada está tan vacío que nos precipitamos sin fondo hacia el miedo,
el terror absoluto. Quizá por eso la gente prefiera el grito y el aullido junto
a la oreja, la música insulsa que no diga nada o que no se entienda. Enciende
la radio. Está rota. Enciende el televisor. No hay luz. Corre, huye, la calle
está desierta. Vuelve, el agua, haz correr el agua, hunde la cabeza en la
bañera y escucha el rumor incansable que te ahoga e impide pensamientos. Muere.
Pero no, para en el último instante. La muerte es el mayor silencio. Pero los
demonios no pueden atraparme en ella, no debo enfrentarme a nada. Si solo
encuentro oscuridad, habré ganado. Y muere. Pero ha perdido.
Marina R. Parpal
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