Escribe un relato de un animal como protagonista que actúa de narrador contando las costumbres raras que tienen los humanos.
Me parece que incluso puedo oler los astros. Mi nariz no deja de sentir cosas que no había percibido en mi vida. Incluso con esta correa en el cuello me siento más libre que nunca en esta tierra tan maravillosa. Aunque debo decir que la vista no es demasiado buena, todo está en blanco y negro, espero que mejoren la calidad con el tiempo.
Voy paseando junto al guía cuando uno de ellos se para delante de nosotros. Le da la mano a mi "amo" y empiezan a discutir sobre el tiempo y política. Yo le miro embelesado, viendo como mueve las manos caóticamente mientras suelta alguna que otra gota saliva de la boca de la emoción. El hombre agacha un momento la cabeza y me ve observándole.
-Qué perro tan bueno tienes. No sé cómo lo has hecho pero siempre te obedece. ¡Ojalá mis hijos fueran iguales!
Y empieza a soltar ruidos raros por la boca mientras cierra los ojos y parece que le dan espasmos. Cuando deja de hacer eso se agacha y acaricia mi pelaje, al que aún no me he acostumbrado.
-Uf, pero creo que deberías darle un baño, huele a albahaca, peor que tú incluso -y vuelve a tener el mismo ataque que hace unos segundos-.
Se va y nosotros continuamos el camino, y pasamos por delante de un "escaparate". Qué suerte tuve de estudiar un poco sobre su cultura antes de venir. En los libros decían que tras estos escaparates guardan los objetos que más desean pero que muchos no se pueden permitir. Pero aún así ellos los miran y los miran. En el cristal me puedo ver reflejado, con los ojos brillando como estrellas durante unos segundos. Ojalá hubiera tenido más dinero para pagarme un vehículo más noble. Quizá no como adulto pero al menos un niño. Aunque he podido ver como hablan a los niños y no es agradable. Ponen voz de estúpidos, como si no pudieran entenderles. Hasta un perro es capaz de hacerlo.
El guía estira de la correa y seguimos la visita. Primero vamos a un parque infantil donde los niños me rodean y me carician. Estos humanos pequeños son bastante divertidos, aunque tras un rato con ellos empiezan a agobiarte. Le chupo la cara a uno de ellos y sale corriendo hacia su padre, asqueado. Que se lo piense la última vez antes de estirarme de la cola. Después subimos en tren y puedo ver a los humanos en un hábitat diferente. Aquí parecen todos malhumorados, como si odiaran estar acompañados. La mayoría se aisla en sus teléfonos móviles (ojalá pudiera llevarme alguno de souvenir) o en sus libros, y otros llaman la atención poniendo música a todo volumen cuando está claro que molesta a los demás pasajeros. Qué salvajes son. Me encanta.
Llegamos a la siguiente parada y bajamos. El guía me lleva hasta un callejón solitario y se comunica con sus superiores para acabar la visita. Le pido que me dejé estar un rato más, pero él me dice que para ello tengo que pagar un plus, que no me puedo permitir. Le da a un botón de su comunicador y se acaba la visita.
Guillermo Domínguez
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