sábado, 9 de enero de 2016

#1 Ocaso

Escribe sobre un sueño o pesadilla que hayas tenido esta semana

El traqueteo de la atracción iba resonando en todo mi cuerpo, liberando adrenalina a medida que subía cada vez más alto por la vía. Cuando llegué a la cima del trayecto, cerré los ojos, alcé los brazos y caí en picado. Mis gritos de emoción se unieron a los de la gente que iba paseando debajo mío, que hacía cola o que simplemente quería ver desde la distancia aquella atracción a la que nunca se había atrevido a montarse.
La caída fue rápida, más de lo que me esperaba, y mientras se dirigía hacía una nueva subida, noté como el carro rojo se tambaleaba y temblaba, hasta que los tornillos cedieron y fui lanzado al vacío, directo al suelo.
Poco a poco fui recobrando los sentidos y lo primero que hice fue comprobar mi propio cuerpo. Tras asegurarme que no tenía ningún hueso roto, ni siquiera alguna magulladura. Me levanté y miré a mi alrededor, buscando la gente que hasta hacía nada había llenado por completo el parque. Estuve dando vueltas durante un rato, me perdí entre atracciones y tiendas, hasta que oí un murmullo detrás de una puerta. Desesperado decidí entrar a la que suponía que era la parte trasera de alguna tienda de souvenirs, y vi que unas escaleras conducían hasta donde se oía la gente charlando. Bajé todos los peldaños y allí encontré una especie de sala de espera (no sé de qué otra forma definirlo). Había un grupo de personas sentadas en sillas enganchadas a la pared, hablando entre ellas o simplemente mirando al infinito. Algo hizo que me sentara junto a un señor mayor con aspecto de que no sabía dónde estaba.
Tras esperar un rato empecé a hablar con una chica joven que estaba sentada delante mío, que había llegado después de mí. Fue así como descubrí que ella también se encontraba en el mismo vagón que yo, pero unas filas más atrás. Ella también se había despertado en el suelo, sin nadie a quien recurrir.
Entonces comprendí dónde me hallaba. Me dí cuenta de que las paredes, a las que no había vuelto a mirar por culpa de aquella chica, se había estado volviendo cada vez más rojas a nuestro alrededor. Yo no había caído y me había levantado simplemente. Ni tampoco había bajado unas escaleras normales. Sin ni siquiera saberlo había bajado al infierno por voluntad propia.
Y ya no había escapatoria.
Guillermo Dominguez

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