Escribe
un relato en el cual el personaje principal se despierta con una
llave agarrada en su mano. Céntrate en cómo llegó a tener esa
llave y qué abre.
El sol le quemaba la piel y
atravesaba sus párpados, despertándola del profundo sueño. Abrió
los ojos con dificultad y esperó a acostumbrarse a la luz. Todo era
brillante y cálido. La brisa salada acariciaba su cuerpo desnudo y
la espuma de las débiles olas le besaba los dedos de la mano que
tenía más alejada de sí. Alzó el brazo para cubrirse la mirada y
la arena rascó suavemente su costado cuando se giró. Se dio cuenta
de que agarraba algo con la otra mano. La abrió lentamente y trató
de identificar el objeto. Una llave. Dorada y pequeña, muy adornada.
De repente, oyó una voz atronadora en la lejanía y cerró la mano
de golpe, escondiendo el único objeto que poseía.
-Pandora, has sido modelada por
Hefesto, Afrodita te ha hecho bella, Hera te ha otorgado feminidad,
Hermes te ha dotado de habla y yo te he dado la vida -retumbó Zeus
desde los cielos -. Eres nuestra venganza para los hombres por haber
robado el fuego. Te casarás con Epimeteo y le entregarás esta caja
como presente. Deberás pedirle que no la abra. Lo hará, los hombres
son cobardes ante lo desconocido y orgullosos de su fingida valentía.
Si no la abre, lo harás tú y de ella saldrán todos los males
-Pandora advirtió que entre la arena se adivinaba una bella y
colorida caja. La desenterró aún escondiendo la llave, pues
enseguida descubrió que la caja se abría con un resorte y no con el
dorado objeto -. Ahora, ve, Pandora, cumple tu cometido.
-Ellos te han creado, Pandora,
deja que yo cubra tu cuerpo -replicó una segunda voz, más suave y
femenina que Zeus, se trataba de Atenea. Un vestido de seda púrpura
la envolvió y el caótico cabello quedó recogido en un elaborado
peinado. Tenía un cinturón plateado que le ceñía el ropaje y allí
escondió la llave, fingiendo que trataba de alisarse la falda. No
sabía qué abría, pero estaba claro que Zeus no sabía de su
existencia. Cogió la caja y echó a andar, entre la vegetación se
veía humo, debían de ser los humanos.
Caminó durante horas,
sintiendo los pies doloridos y los músculos tensos. Finalmente llegó
a la ciudad. Los guardias de las puertas le franquearon el paso sin
preguntar, admirados por su belleza. A pesar del cansancio y el dolor
avanzó con paso firme, cruzando toda la ciudad hasta el palacio y
portando en alto la hermosa caja. Los hombres se apartaban a su paso,
mirándola atónitos y reverenciando su caminar. Cuando llegó a la
puerta del palacio, Epimeteo ya había sido advertido de la bella
presencia que había causado tanto alboroto. Él mismo quedó
maravillado y se arrodilló ante la mujer.
-¿Eres Epimeteo, hermano de
Prometeo, el que robó el fuego de los dioses? -preguntó con su
dulce y cálida voz Pandora. El hombre afirmó serlo, esperando
obtener el respeto y admiración de la mujer. Pandora solo asintió y
le ofreció la primorosamente labrada caja -Los dioses me han hecho
para ti y te ofrecen esta caja como señal de paz. No debes abrirla
jamás, pues contiene secretos divinos que no puedes comprender y
acabarían con los hombres que tanto has protegido. Yo seré tu
esposa y los dioses te perdonaran.
Epimeteo cogió la caja y la
observó de arriba a bajo y recoveco a recoveco. Pero no pudo
adivinar qué había en su interior. Sin embargo, Prometeo le había
advertido que los dioses le querían mal y decidió mantenerla
cerrada. Pandora sonrió y el gesto iluminó la ciudad entera y
deslumbró a todos cuantos allí se encontraban.
-Me casaré contigo, quiero el
perdón de los dioses -aseguró Epimeteo. Pandora asintió de nuevo.
-Y así será, pues yo solo
existo para ser la llave de la paz -mintió otra vez la mujer. Nadie
lo notó.
Se retiró entonces Pandora al
templo de Zeus, donde habitaba parte de él y no había nadie, pues
no eran muchos los que ofrecían ofrendas a ese dios.
-Pandora, has cumplido tu
cometido -dijo con calma la divinidad.
-Él no ha abierto la caja.
-Oh, lo hará, no sufras. Como
te dije, si no lo hace, será tu responsabilidad y el día de la boda
harás salir todos los males.
-Dime, Zeus, ¿por qué
castigar a los hombres de tan cruel manera?
-Aceptaron el fuego.
-¿Eso es todo?
Zeus calló.
Fue entonces Pandora al templo
de Apolo.
-Apolo, tú que entre otras
muchas virtudes posees la razón, ¿debería castigar a los hombres?
¿No son ellos inocentes de lo que pudo hacer Epimeteo?
-Pandora, la de todos los
dones, ¿qué don te otorgué yo?
-No puedo saberlo, Zeus nunca
me lo dijo.
Una risa ronca y grave resonó
en las vacías aunque decoradas paredes del templo.
-Zeus no lo sabe todo. No
conoce la existencia de la llave que te di, ¿verdad?
-¿Qué abre?
Con la misma risa oxidada,
Apolo la dejó allí sola.
Pandora, más desconcertada
ahora que entonces, volvió al lado de su futuro marido,
preguntándose por qué debía entregar su vida y juventud a ese
hombre. Era el deseo de Zeus. Más bien su capricho, pues ya había
comprobado lo débiles que eran los razonamientos del dios más
poderoso del Olimpo.
Cuatro días y cuatro noches
pasaron hasta la boda y Epimeteo aún conservaba la caja en un
pedestal, bien cerrada. Y Pandora cuatro veces vio sin poder dormir
la Luna sonriente en la ventana, mientras decidía el destino de los
hombres. No fue capaz de culparlos, mas su temor a los dioses era
grande. La llave seguía en su cinturón y no había encontrado
ningún objeto que encajara con ella.
Llegó al fin la esperada boda
y Epimeteo hizo colocar la caja del Olimpo en el centro de la
ceremonia, pues era lo más bello que poseía y deseaba que todos lo
admiraran y le envidiaran. Pandora no pudo dejar de mirar de soslayo
el divino presente, temblando toda entera. Había tomado una
decisión. Si los dioses querían vengarse de Epimeteo y Prometeo,
que lo hicieran, pero no debían pagarlo todos los hombres, que solo
trataban de sobrevivir y hacer la vida en la tierra más llevadera.
La habían tratado bien y la habían amado enseguida, eran gentiles y
divertidos. Los dioses se habían aprovechado de ella, dejándola a
su suerte en la playa, sin molestarse si quiera a crearle un cuerpo
más fuerte o acercarla a la ciudad. Mataría a Epimeteo y liberaría
a los hombres. Sonrío. Epimeteo supuso que era de amor y le sonrío
de vuelta.
Cuando la ceremonia hubo
llegado a su fin y su matrimonio fue una realidad, todos lo
celebraron y el vino y los exquisitos manjares empezaron a servirse.
-Parad. Antes de empezar el
festejo -interrumpió Epimeteo con gesto decidido. Todos callaron y
lo miraron, ligeramente decepcionados por su orden -, quiero hacer
algo. Ya que los dioses me han ofrecido un hermoso y tierno regalo
-señaló con la cabeza a la temblorosa mujer que lo acompañaba -voy
a aceptar su segundo presente. Pandora dijo que contenía secretos
divinos y yo los quiero poseer -murmullos de desaprobación -. Oigo
vuestras quejas, ¿es que no deseáis que vuestro líder pueda
combatir la furia de los dioses?
-No podrás comprenderlos
-replicó Pandora. Frunció el ceño y a Epimeteo le dio un vuelco el
corazón. Pero se recompuso. Pareció ofendido por la acusación de
su reciente esposa.
-¿Osas desafiarme? ¿Crees que
el hombre que entregó el fuego a los hombres no puede soportar
enfrentarse una vez más a los dioses?
Ignorando las peticiones de
obedecer las órdenes divinas, se acercó a la caja. Pandora, que
esperaba cometer el asesinato cuando todos se hubieran marchado, sacó
su daga y acabó con Epimeteo. Jadeaba y el silencio reinaba en la
sala. Todos contenían la respiración, la odiarían, no lo
entenderían, pero sabía que había hecho bien, pues a veces es
necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero nunca
debe morir todo un pueblo por un solo hombre.
Un aleteo y un zumbido de
malignos insectos le hizo apartar la mirada de la sangrienta
empuñadura plateada. Había llegado demasiado tarde. Los espíritus
del mal revoloteaban y traían la enfermedad, la muerte y el dolor a
todos los hombres. El rostro de Pandora se tornó blanco y las
rodillas empezaron a temblarle, las lágrimas le resbalaban barbilla
abajo. Había perdido.
-Pandora -susurró una voz
aterciopelada en su nuca. Se giró y no vio a nadie. Apolo -.
Escúchame. Te di el don del equilibrio, por eso sabía que tomarías
la decisión correcta y aplicarías la justicia necesaria.
-Ha sido en vano -sollozó -.
Un hombre ha muerto y ahora los males poseen nuestras vidas.
-Te di otra cosa en caso que
fracasaras.
-¿La llave?
La voz rió.
-Sí. La llave. Mira dentro de
la caja.
Lo hizo y dentro había otra
caja, sencilla y pequeña, pero robusta. Había una diminuta
cerradura dorada. Pandora usó la llave para activar el mecanismo y
abrir la cajita. Un revoloteo suave se posó en su hombro.
-Es la esperanza, Pandora. La
esperanza hará que los hombres no se rindan ante el mal, el dolor y
el sufrimiento, les dará fuerzas para seguir adelante y no desistir.
Y tú eres su portadora. Deberás llevar esperanza a todos los
hombres para compensar los males que les has entregado.
-Yo he tratado de evitarlo -ya
no lloraba, pero su voz era trémula -. Epimeteo ha sido quien ha
cometido el error.
-La historia no lo recordará
así. Ve, Pandora, reparte esperanza.
Marina R. Parpal
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