Escribe un relato sobre un trayecto o travesía. Céntrate en los cambios de escenarios.
Su asiento estaba caliente, como memento del pasajero que había ocupado su lugar antes de ella. Se acomodó y de su mochila sacó un libro. Lo abrió por donde se encontraba el marcapáginas y se sumergió en la lectura. Pero las conversaciones de los demás pasajeros (todos hablando con voz estridente, subiendo el volumen como si quisieran que les oyera todo el mundo) no le permitían concentrarse, por lo que volvió a guardarlo.
Apoyada sobre el cristal, empezó a mirar cómo cambiaba el paisaje a alta velocidad. Le encantaba viajar en tren, el traqueteo que producía y el paisaje (siempre el mismo, aunque en direcciones contrarias) le producía cierta tranquilidad. No tenía que preocuparse de lo que iba a pasar a continuación, porque nada cambiaba entre un trayecto y el otro.
Los edificios de su ciudad dieron paso a la siguiente, capital de comarca. Vio también las siluetas de las fábricas, las cuales ya podía recitar el orden de memoria, soltando su humo eterno. "Viuda de Jiménez", "Camfer"...
Pasó la siguiente parada, en la que se subió un hombre con una guitarra, que tras una pequeña introducción, empezó a cantar. Saludó con la mirada a José, el guitarrista, y cuando pasó le lanzó un par de monedas en la mochila abierta que le colgaba de la cadera, mientras cantaba la melodía que oía cada mañana a la misma hora. Una vez, después de tocar su canción, se había sentado delante de ella, y habían empezado a conversar. Él había estudiado Literatura en la universidad, pero actualmente (y desde hacía bastantes meses) estaba en paro, por lo que había decidido buscarse la vida en el tren.
Volvió a mirar el paisaje, borroso por la velocidad. De pronto llegó a ver las barracas a las afueras de la capital, en las que siempre veía ropa secándose pero nunca a personas. Suponía que se iban muy temprano a trabajar o a hacer aquello de lo que vivieran. Siempre se había preguntado cómo se llegaría hasta allí, porque tenía pensado ir a dar unas mantas o algo de comida, pues creía que allí haría mucho frío por las mañanas, solo con ver las condiciones de las viviendas. Pero sabía que nunca iría.
Y tras pasar otra parada vio los dos bares hermanos. Uno era "Inferno" y el otro "Elíseo". Le hacían gracia esos nombres, contrapuestos entre ellos pero aun así uno al lado del otro. Aunque por el símbolo de la chica en el cartel de Elíseo, no creía que fuera simplemente un bar...
Ese trayecto de un cuarto de hora la hacía feliz. Era su momento de tranquilidad durante el día, en el que no pensaba en nada. No tenía ninguna preocupación en su mente durante esos quince minutos, y eso le encantaba. La vida ya era suficientemente compleja tal y como era.
Poco a poco el traqueteo fue cerrándole los ojos, quitándole las preocupaciones y acabó apoyada sobre el frío cristal. No tardó mucho hasta dormirse por completo, dejando atrás otra estación.
Pero no tuvo tiempo a descansar, pues de pronto pudo ver desgracia entre la neblina del sueño. Oyó gritos, desesperación. Metal y sangre se fusionaban formando un cuadro abstracto, salido del infierno. Y entre el caos pudo ver el origen, dos trenes colisionados, tumbados sobre las vías, como si una serpiente se hubiera comido a su hermana. Por suerte en la distancia se podía oír también una sirena, dando un resquicio de esperanza a los supervivientes atrapados entre el acero descomunal. La gente intentaba salir por las ventanas, todas rotas y llenando el suelo de cristales que, aparte de reflejar el sol matutino, dañaban los brazos de los que huían arrastrándose. Entre el vidrio roto se podía ver un móvil encendido, el cual mostraba en su pantalla el día en el que ocurría la acción, y no era el mismo en el que se encontraba ella, durmiendo.
Toda esa destrucción hizo que se levantara de golpe, sudando. Miró a su alrededor para comprobar que todo estaba en orden, que no había sido más que un sueño. Pero ella sabía que eso no era cierto. Entre gritos consiguió advertir a los pasajeros que no subieran al tren la semana siguiente. Les explicó las desgracias que sufrirían si no le hacían caso. Lo más amable que le dijeron fue loca. Escudándose tras lágrimas de rabia e impotencia, insistió que debían hacerle caso, pero no podía contestar a la pregunta de cómo lo podía saber. Así que en cuanto llegó a su parada, se bajó sin mirar a los pasajeros a la cara, y se prometió a sí misma que no volvería a subir en tren.
Una semana después intentó no mirar ningún periódico ni encender la televisión, alargando el momento de descubrir la tragedia. Esperaba que todo hubiera sido un sueño, lo había deseado cada noche, pero al llegar a la universidad se encontró a unos compañeros hablando del tema. Al parecer dos trenes habían chocado a las afueras de la ciudad. Por suerte uno era solo de mercancías, por lo que no había fallecido tanta gente como la esperada en esa clase de desgracias. Esa noche fue a casa de su novio, le contó lo ocurrido (pues él sí que la creía) y se durmió en sus brazos tras desahogarse. Y no soñó nada.
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