Teogonía

Al principio de todo lo único que había era la nada. Sin ninguna luz que iluminara el espacio vacío, me encontraba eternamente rodeada de oscuridad. Di vueltas por aquella extensión negra, en busca de algún rastro de existencia, sin lograrlo. 

Pero de pronto, al cabo de un tiempo (el cual tampoco había sido creado aún) vi un punto resplandeciente en la lejanía. Empecé a gritar sin éxito, el vacío me lo impedía, y salí corriendo en su búsqueda. Y entonces me vio.

Era una amalgama de materia y energía flotantes, cambiando de forma a cada instante. Al fin y al cabo yo era como él. Nos acercamos y una parte de nosotros se tocó, lo que provocó que todo nuestro ser explotara y se expandiera por todos los confines de un universo aún por ser creado.

Y aunque dejamos de existir de manera corpórea, todavía estábamos allí, y pudimos vislumbrar la creación de miles de galaxias. Tras un tiempo dando vueltas por ese espacio aún en formación, decidimos instalarnos en un planeta, moldearlo a nuestro placer y hacer de él nuestro hogar. Poco a poco fuimos creando las facciones del mundo, insuflando vida allá por donde pasábamos.

La civilización fue formándose, expandiéndose por la tierra en múltiples formas y culturas. Y nosotros nos introdujimos en ellas. Nos hacíamos pasar por personas normales, viendo nuestra creación desde dentro. A veces éramos familia, amigos, socios, amantes... Interpretamos todos los papeles posibles, pero no fue suficiente. Seguíamos queriendo conocer a los humanos. Y a veces llegamos demasiado lejos en nuestros descubrimientos. 

Un día se sintió traicionado por un humano y tras una larga discusión decidió huir de este mundo, como un cobarde. A veces, por las noches, puedo sentir su presencia a años luz de distancia, fabricando nuevas vidas en otras galaxias lejanas.

Y aquí estamos, refugiados de la lluvia que está apunto de cesar. Sé que no creerás mi historia, pero por lo menos espero que te haya entretenido unos instantes.

Guillermo Domínguez