-Hola, soy Elisabeth. Te he estado esperando.
Cuando me giré vi a una chica delante de mí, con una sonrisa tímida en la boca. Estaba allí de pie, entre las estanterías llenas de libros de segunda mano.
-Perdona, ¿te conozco?
-No creo, pero yo a ti sí. Solo quería darte este libro. Adiós.
Tras decir esto me entregó un libro envuelto en papel de regalo, dio media vuelta y se fue de allí, dejándome con todas las preguntas en la boca.
Cuando llegué a casa abrí el libro y empecé a leerlo, en busca de alguna respuesta sobre lo que acababa de pasar. “El sueño del caracol”. No era más que un libro de autosuperación, en la que un hombre aburrido tiene cada noche un sueño en el que se ve a sí mismo en una galería de arte. El hombre empieza a obsesionarse con los cuadros que ve, no para de pensar en ellos en todo momento. Incluso pierde su trabajo porque está constantemente distraído. Así que decide pintarlos él mismo, recordando su pasión por la pintura cuando era joven. Cuando los acaba le entra un ataque de rabia hacia los lienzos y sale a la calle para lanzarlos a la basura, por todo el daño que han producido en su vida. Pero entonces se encuentra una mujer en la calle que se los quiere comprar, pues logra ver entre las pinceladas un gran talento. Después de una pequeña discusión en la que el protagonista está dispuesto a destruir las pinturas, acaba vendiéndolas, así al menos saca algo de provecho de la situación. Unas semanas más tarde siente la necesidad de volver a verlas, pues nota un vacío en su interior. Es entonces cuando entra a la galería de arte en la que están expuestas, y se da cuenta de que ese era precisamente su sueño.
Moraleja: sigue tus sueños, incluso en el sentido más literal.
Y es en la última página en la que encontré un número de teléfono. Sabiendo a quién me iba a encontrar en la otra línea, decidí llamar.
-Parece que se acabó la espera.
Después de hablar durante un rato acabamos quedando en la cafetería que está enfrente de la librería en la que nos vimos por primera vez. Allí ella me contó que estaba estudiando Historia del Arte, y que durante una visita rápida a la librería después de las clases me había visto mirar esa misma novela. No sabía exactamente cómo fue, quizá fue en la mirada o en la manera de moverme, pero supo que necesitaba ayuda. Así que decidió comprármelo, a la espera de volver a verme y poder entregármelo en mano.
Tras esa charla empezamos a quedar cada martes, y poco a poco intimamos. Fue cuestión de tiempo que empezáramos a salir. Ahora que lo pienso quizá fue incluso demasiado pronto...
Un día, cuando habíamos salido de la inauguración de una nueva librería, le expliqué lo que le había pasado a mi antigua novia. Me costó mucho explicarle su muerte, no lo había hablado con tanta profundidad con nadie. Iba a declararme el día en que fue atropellada por un camión. Fue por culpa de eso que me vio deprimido y me regaló el libro, supongo.
Solíamos ir a museos, donde ella me lo explicaba todo de cada cuadro. Me contó que su sueño era ser la dueña de una pequeña galería de arte en el centro, de ahí que le llamara la atención El sueño del caracol. Se la veía tan emocionada, tan alegre mientras me hablaba de los contrastes y la historia detrás de cada cuadro que me enamoré de ella. En aquel momento pasé página, superé la muerte de Casandra y me lancé a los brazos de Elisabeth.
Yo también le expliqué mis sueños, esperanzas en la vida… Había perdido mi trabajo en una gran empresa de investigación bioquímica, en la que estaba muy contento. Tras semanas buscando trabajo había conseguido un puesto en otra empresa, esta vez alimenticia, controlando y diseñando nuevos productos. Odiaba mi trabajo, pero las deudas se acumulaban. Mi sueño desde que era pequeño, y que había motivado mis estudios, era ser científico, para poder mejorar la calidad de vida de la humanidad.
Un mes después ella vivía más en mi piso que en el suyo (en el cual solo había estado una vez), así que decidí que podría mudarse conmigo. Fue una decisión demasiado precipitada, de la cual ahora me arrepiento, pero estaba ciego. Viví unos meses muy felices, en los que los problemas del mundo exterior dejaron de importarme.
Quiero pensar que ya sospechaba que algo iba mal, pues había cosas que no encajaban. Nunca me hablaba de su familia, por ejemplo.
Un día, mientras paseábamos a la salida del Museo de Arte Contemporáneo nos encontramos a una chica de unos 15 o 16 años, a la que abrazó como si hiciera tiempo que no veía. Era bastante bajita, con el pelo rizado y rubio, y tenía un collar con una piedra morada en el centro. Estuvieron hablando sobre sus "proyectos", y sobre que hacía tiempo que no se veían por la academia de inglés (primera noticia de que Elisabeth iba a una). Helena, pues así se llamaba la chica, dijo que llevaba unos meses sin ir, porque había encontrado otra academia mejor y más barata, que un día tenían que quedar para hablarlo. ¿Qué motivos tenia para sospechar que nada de eso era cierto?
Fue por esa época en la que empezaron a desaparecerme cosas del piso. Primero fue algún disco viejo, libros que no hacían más que acumular polvo... Hasta que un día me desapareció una antigua radio que me había regalado mi padre cuando era pequeño. Le pregunté si sabía dónde estaba, y me contestó que la había vendido, tal y como habíamos acordado. Tras discutir un buen rato (no había podido vender algo tan importante para mí, y menos que no me acordara de haberlo hablado) ella acabó dándome el dinero, creyendo que eso lo iba a solucionar todo.
A partir de ese día empecé a sospechar de ella. Noté que tenía comportamientos o manías “inusuales”, por decirlo de alguna manera: a veces salía al balcón en medio de la noche para hablar con alguien por teléfono, giraba la cara cuando veía pasar algún agente de policía cerca... Antes creía que eran estupideces (me había comentado en alguna ocasión que durante la adolescencia había participado demasiado activamente en manifestaciones, lo que le habían llevado a tener encontronazos con la policía y alguna noche en el calabozo), pero su manera de ser empezó a resultarme cada vez más extraña.
Entonces un día, mientras estaba trabajando en un nuevo producto que iba a lanzar al mercado la compañía ella me envió un mensaje diciendo que quedábamos en el parque de las afueras de la ciudad, pues teníamos que hablar. Estaba seguro de qué quería hablarme, así que fui allí directamente, en el montículo donde nos gustaba sentarnos y ver el atardecer. El sol se escondió tras las montañas, y ella no venía. La llamé muchas veces, pero solo me contestaba una voz mecánica indicándome que dejara un mensaje después de la señal. Me cansé de esperar y fui hacia mi piso, esperando encontrarla allí, en el sofá, maldiciéndose por haberlo olvidado o algo por el estilo.
Ni siquiera estaba el sofá. Todos mis muebles, mis posesiones, todo había desaparecido. Busqué habitación por habitación, pero no quedaba nada. Lo único que encontré entre las paredes vacías de mi casa fue un libro. Me agache para cogerlo y allí estaba, El sueño del caracol. Llamé a la policía y ellos me comentaron que no era la primera vez que pasaba, muchos hombres ya habían denunciado a esa supuesta "Elisabeth" (ya dudaba hasta de su nombre...).
La policía, tras inspeccionarlo todo, se fue, dejándome solo en esa casa vacía, con la única compañía del libro que había empezado esa desgracia. Lo alcé a la altura de mis ojos, pensando en cómo había cambiado mi vida ese estúpido trozo de papel, cuando de pronto cayó una carta de entre las últimas páginas.
Querido John,
La mayor cualidad del ser humano es la potencia. Todos nosotros tenemos potencial para ser y crear lo que queramos. Pienso que simplificar la naturaleza humana en “buena” o “mala” ha sido siempre un error, con solo mirar la historia podemos ver ejemplos de los dos tipos. El ser humano puede crear o destruir, pero solo si se lo propone. Todas las limitaciones que nos ha creado la sociedad nos impiden llegar a ese potencial, y cada uno de nosotros debe encontrar la manera ser libre.
Y al desaparecer todas las distracciones que te impedían luchar por tus sueños, te he dado esa posibilidad. Lo que hagas a partir de ahora ya no es de mi incumbencia, pero solo espero que sepas aprovecharlo de la manera adecuada.
Deseo lo mejor para ti,
María
Guillermo Domínguez
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