-¿La coca cola la quiere grande?
-Si, por favor.
-Pues son 23,35€
-Aquí tiene -dijo, entregándole un par de billetes y toda la calderilla que llevaba en la cartera-.
Tras recoger el cambio cada uno cogió su bandeja, y se dirigieron hacia la parte de arriba del restaurante. Allí empezaron a comer, discutiendo sobre política, literatura y demás temas serios cuando ella se calló de pronto y se quedó toda pálida.
-No te gires, pero ahí detrás está Patrick King.
Sus instintos más primarios incitaron a David a girarse, pues quería comprobar con sus propios ojos si era cierto que uno de sus autores favoritos estaba en el mismo restaurante que ellos. Así que poco a poco, con disimulo, giró la cabeza, analizando mesa por mesa, hasta que, al lado de la puerta de los servicios, le vio. Lo primero en lo que se fijó fue en su barba, tan larga como la representaban en las fotos.
Allí estaba, el escritor de Crónica de un Asesino de Archiduques. ¡Había imaginado tantas veces ese momento que no se lo podía creer! Desde el momento que había leído la primera parte, El Pseudónimo del Aire, había querido conocer a ese hombre, agradecerle por unos libros tan bien escritos. Incluso había escrito un relato en el que lo conocía, pero cambiando los nombres, no fuera que creyeran que era un fan acosador/psicópata o algo por el estilo.
Aunque no solo quería felicitarle por su carrera de escritor, pues también tenía algún reproche que hacerle.
Estuvieron un rato discutiendo sobre qué hacer. Ella quería abordarlo directamente, sin miramientos, mientras que él creía que la mejor táctica sería fingir que iban al lavabo y se lo encontraban de golpe.
Tras comprobar que los argumentos de Rita eran más inteligentes (y que sabía jugar mejor a piedra-papel-tijeras), decidieron seguir su plan.
Así que se levantaron de sus asientos y fueron directos hacia él. Cuando estaban delante le querían preguntar tantas cosas que los nervios les dejaron mudos. Tras estar delante suyo durante un minuto (en el que él siguió comiendo su hamburguesa como si nada) fueron a darse la vuelta, humillados.
-¿Queréis que os firme un libro o algo?
Les estaba hablando a ellos.
-Claro, señor... -empezó a decir David-.
-¡Quiero que publiques el maldito libro, barbudo cabrón! Llevo años esperando, ¡AÑOS! No me vengas ahora a decir que si quiero que me firmes. Lo que me estás haciendo sufrir no es normal. Eres un pedazo de escritor, pero te estas riendo de todos tus fans. No juegues con nuestros sentimientos, ¿vale? ¡Es que encima lo tienes escrito! Si no te apetece escribir más pues lo publicas tal cual, porque ya lo tienes, estoy segura. Y por si no fuera poco, te dedicas a escribir otras cosas, como para hacernos más amena la espera... Que publiques ya el libro, ¡coño!
Y salieron de allí tan contentos, con el libro bajo los brazos y una sonrisa en sus labios.
Todo esto lo escribo desde el despacho del jefe de seguridad del súper mercado. Nos ha dejado un momento mientras pone una denuncia o algo por el estilo. Parece ser que acosar a un cliente (y más si es famoso) no está bien visto... ¡Gentuza!
Guillermo Domínguez
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