Tras beberme el café vuelvo la mirada a la pantalla, de la que solo obtengo un reflejo del sol. Así que me levanto y corro las cortinas. Me vuelvo a sentar y esta vez lo que único que me muestra la pantalla es la página en blanco, en la que solo hay un “I”, marcando un capítulo que aún debe ser escrito.
Doy un par de vueltas por la sala, imaginándome a mis personajes (por lo menos ya existen y han desarrollado sus tramas en la novela que precede a la actual) yendo de un lado a otro encontrando pistas que han pasado desapercibidas para el resto de personajes. Tengo bastantes ideas, eso lo reflejan mis manuscritos a medias, los cuales he descartado por ser estúpidos. Lo peor de todo es la presión, se supone que debía haberle entregado el primer manuscrito a mi editor hacía semanas (fecha que, por cierto, ya había sido atrasada un par de veces). La primera novela no ha sido precisamente un éxito (ventas escasas, críticas que me llamaban "escritorzuela" y poco más...).
Cojo esa "novela negra mediocre, llena de tópicos del género, aunque con un final con algún toque de brillantez" y acaricio la portada. Matar moscas en verano, por Sophie Colbac. Me enorgullece ver mi nombre (o seudónimo, más bien dicho, pero eso poca gente lo sabe). Me ha costado mucho trabajo llegar hasta aquí, ahora solo debo continuar la historia. Pero, ¿cómo? Al abrir la ventana entra un ambiente cálido, perfecto, así que decido salir a pasear y aclarar mis ideas, aprovechando que el verano acaba de llegar al pueblo.
Cojo mi pequeña libreta para las emergencias literarias y me dirijo al pequeño parque en el centro del pueblo. Las calles de Maine son perfectas en esa época del año, hace buen tiempo y la gente pasea tranquilamente. Saludo a mis vecinos, la mayor parte de ellos escritores también. No sé que tendrá Maine, pero parece ser un faro para todos aquellos que quieren adentrarse en el mundo de la escritura. Ríete tú de Hollywood. Al llegar al parque, y tras esquivar una pelota que iba directa a mi cabeza, me siento bajo la sombra de un cerezo negro. Abro la libreta por la primera página en blanco (en la anterior el protagonista de mi novela, Heracles Dubois había increpado a la asistenta de la mansión sobre su relación secreta con el marido de la víctima, lo que le había llevado a pensar que habían cometido el crimen entre los dos. Era todo tan predecible que decidí empezar la novela de nuevo). Y me quedo mirando el blanco resplandeciente, tal y como lo hacía con la pantalla. Como no se me ocurre nada empiezo a divagar, porque parece que es el único método que me sirve en estos casos.
¿No os ha pasado alguna vez que, después de pensar en algo que creéis que es la mejor idea que habéis tenido, descubrís que ya existe? Una vez, mientras atendía a una aburrida clase en la universidad, se me apareció un asesino implacable, que conocía a sus víctimas a la perfección. Lo sabía todo sobre ellas, incluso en que número podrían estar pensado. Desgraciadamente, tras apuntarlo en mi agenda, fui a mi cafetería favorita, Pennyroyal Coffee, que por aquel momento aún no era una cadena tan grande como lo es ahora, y vi a un chico con un libro que trataba de lo mismo que había pensado. Supongo que ya lo había visto antes, y mi subconsciente lo almacenó sin mi consentimiento y lo liberó, creyendo que había sido inspiración propia.
¿Y qué es la inspiración? Es algo que siempre me he preguntado, en cuanto supe que significaba esa palabra. Las hijas de Zeus y Mnemósine, bellas jóvenes con vestidos de todos los colores, bailando a mi alrededor, tocándome de vez en cuando, susurrándome alguna palabra al oído, así es como me imaginaba a las musas. Pero parece que me han abandonado.
A veces, recordando diálogos estudiados años atrás, incluso he pensado que todo aquello que creemos imaginar, pensar por nosotros mismos, no es más que un recuerdo que ya teníamos almacenado en nuestra memoria. O también que en realidad la inspiración no sea más que la percepción de otras realidades. Me gusta pensar que todos los libros, con sus personajes y sus mundos, viven realmente, en otras dimensiones, otros mundos lejanos al nuestro. El autor lo "único" que hace es percibir esos mundos, y plasmarlos sobre el papel. Por eso lo de "adentrarse en los libros" quizá no es tan solo una frase hecha, sino que una parte de nosotros vaga por esas otras dimensiones, se impregna de ellas, y ya no vuelve a ser la misma que antes.
Heracles se encuentra aburrido, se sienta en su sillón y se toca el exuberante bigote, pensando en cual puede ser su siguiente caso, pero este nunca llega. A veces me pongo a pensar en los horrores que tuve que soportar cuando era pequeña, esos que, aunque no quiera reconocerlo, son los que me ayudan a escribir. Me atormentan por la noche, la nieve llena mis sueños, manchada de sangre, y yo la combato con calor, verano, sol. Escribo crímenes para ocultar los que cometí yo, de los que me arrepiento, pero que fueron mi salvación y la de mi hermano. Sin él yo no estaría aquí.
Un rayo de sol me ciega durante un instante, en el que llevo mi mano rápidamente a mi frente, a modo de visera. Cuando recupero la vista veo a un chico paseando con tres perros enormes. Y entonces algo se activa en mi cerebro, que empieza a funcionar a máxima velocidad.
"El Hombre y el Perro solían dar paseos a medianoche, disfrutando de una agradable brisa veraniega. Solían ser paseos tranquilos, de media hora a lo sumo, excepto los días en los que tenían que saciar su sed de sangre. Cada luna llena, aproximadamente, aparecían cadáveres llenos de sangre y dentelladas caninas. Y fue así como surgió la leyenda de Cerbero, un asesino implacable que utilizaba a su perro para cometer los crímenes más atroces. Heracles cerró el periódico que sujetaba entre sus manos, ya arrugadas por la edad, y decidió que tenía un nuevo caso entre manos."
Guillermo Domínguez
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