Seguimos
con la iniciativa Adopta
Una Autora. La última vez os expliqué quién era Doris
Lessing y ahora os traigo el texto de la conferencia para la
ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura que le fue
otorgado en 2007. Lessing, por problemas de salud, no participó de
la ceremonia en Estocolmo y encargó la lectura de su texto a su
editor, Nicholas Pearson.
Esta
entrada estaba programada para el día 8 de marzo, ya que la Academia
Sueca reconoció la capacidad de la
autora para retratar "la épica de la experiencia femenina, y su
escepticismo y fuerza visionaria con la que ha examinado una
civilización dividida". Sin embargo, la he retrasado un día
por la iniciativa #NosotrasParamos.
Resistencia
Lectora agradece muy especialmente a Jonna Petterson, directora de
Relaciones Públicas de la Fundación Nobel, su autorización para
traducir y publicar este texto.
Estoy
de pie junto a una puerta y miro a través de remolinos de polvo
hacia donde me han dicho que aún existe bosque sin talar. Ayer
conduje a través de kilómetros de tocones y restos calcinados de
incendios donde, en el '56, se encontraba el bosque más maravilloso
que jamás haya visto, ahora completamente devastado. Las personas
tienen que comer. Y necesitan material para encender el fuego.
Me
encuentro en el noroeste de Zimbabwe a principios de la década de
1980 y estoy visitando a un amigo que era maestro en una escuela de
Londres. Está aquí "para ayudar a África", como solemos
decir. Es un alma genuinamente idealista y las condiciones en que
encontró esta escuela le provocaron una depresión de la que le
costó mucho recuperarse. Esta escuela se parece a todas las escuelas
construidas después de la Independencia. Está compuesta por cuatro
grandes aulas de ladrillo uno a continuación del otro, edificados
directamente sobre la tierra, uno dos tres cuatro, con medio salón
en un extremo, para la biblioteca. En estas aulas hay pizarrones,
pero mi amigo guarda las tizas en el bolsillo, para evitar que las
roben. No hay ningún atlas ni globo terráqueo en la escuela,
tampoco libros de texto, carpetas de ejercicios ni biromes, en la
biblioteca no hay libros que a los alumnos les gustaría leer: son
volúmenes de universidades estadounidenses, incluso demasiado
pesados para levantar, ejemplares descartados de bibliotecas blancas,
historias de detectives o títulos similares a Fin de semana
en Paris o Felicity encuentra el amor.
Hay
una cabra que intenta buscar sustento en unos pastos resecos. El
director ha malversado los fondos escolares y se encuentra
suspendido, situación que suscita la pregunta habitual para todos
nosotros aunque por lo general en contextos más prósperos: ¿Cómo
puede ser que estas personas se comporten de tal manera cuando deben
saber que todos las están observando?
Mi
amigo no tiene dinero porque todo el mundo, alumnos y maestros, le
piden prestado cuando cobra el sueldo y probablemente nunca le
devuelvan el préstamo. Los alumnos tienen entre seis y veintiséis
años porque quienes no pudieron asistir a la escuela antes se
encuentran aquí para remediar tal situación. Algunos alumnos
recorren muchos kilómetros cada mañana, con lluvia o con sol y a
través de ríos. No pueden hacer tareas escolares en sus casas
porque no hay electricidad en las aldeas y no es fácil estudiar a la
luz de un leño encendido. Las niñas deben ir a buscar agua y
cocinar antes de partir hacia la escuela y cuando vuelven de ella.
Mientras
estoy con mi amigo en su cuarto, varias personas se acercan
tímidamente y todas piden libros. "Por favor, mándanos libros
cuando regreses a Londres." Un hombre dijo: "Nos enseñaron
a leer, pero no tenemos libros". Todas las personas que conocí,
todas ellas, pedían libros.
Estuve
varios días allí. El polvo volaba por todas partes. Las cañerías
se habían roto y las mujeres tenían que acarrear agua desde el río.
Otro maestro idealista llegado de Inglaterra estaba enfermo después
de ver el estado en que se encontraba esta "escuela".
El
último día de mi visita finalizaba el ciclo lectivo y sacrificaron
la cabra. La cortaron a trocitos y la cocinaron en una gran fuente.
Era el esperado banquete de fin de ciclo, guiso de cabra y puré. Me
alejé de allí antes de que terminara, conduje de vuelta entre
calcinados restos y tocones que habían sido bosque.
No
creo que muchos alumnos de esta escuela lleguen a obtener premios.
Al
día siguiente estoy en una escuela en la zona norte de Londres, una
escuela muy buena, cuyo nombre todos conocemos. Es una escuela para
varones, con buenos edificios y jardines.